La celebración y la concepción de la fiesta de los Carnavales ha cambiado muchísimo desde la antigüedad a los tiempos actuales, pues mientras que ahora se celebran grandes fiestas o festivales, que aguantan hasta dos meses, turnándose los municipios, y no se mira el gasto sino la importancia del divertimento, porque la abundancia de la sociedad actual lo requiere, debemos siquiera recordar que eso antes era muy distinto.
Y es que antes la miseria imperaba y no podían hacerse gastos de importancia porque no se podía y porque no había medios de ningún tipo para llevar una campaña de este tipo, pero hay que darse cuenta que así y todo, la gente se divertía como podía y se pasaba bien dentro de la pobreza, pues había que conformarse con lo que había, pues no había otra cosa.
Antes de la guerra civil, la fiesta del Carnaval, o la quincuagésima, se celebraba libremente, tanto a nivel de calle como en todos los foros y en toda España y luego de la prohibición, solo se nombraban las chirigotas de Cádiz y las fiestas de invierno en la isla de Tenerife, pues todo estaba prohibido y no se podía circular con la cara tapada de ninguna de las maneras. Pero luego se fue dando libertad de nuevo, poco a poco, y se ha llegado a los límites en que se desenvuelven actualmente.
Si nos situamos un poco en la antigüedad, digamos que en el período de los Carnavales, que era de lunes, martes y miércoles de ceniza, no se veía gente por la calle metida en fiestas y solo había una excepción con el señor Teófilo Betancor Bonilla, en Máguez, conocido por Teófilo el Cojo, y en Haría también salía Miguel González Álvarez, conocido cariñosamente por Miguel El Loco, y aparte de estas dos personas eran muy pocas las que se veía en la calle.
Puede decirse que si salía alguna persona a la calle lo hacía de forma que los hombres se procuraban tener un vestido de mujer, y las mujeres se procuraban una vestimenta de hombre, pero con la cara descubierta, y la gente que salía lo hacía el lunes y el martes, pero ya el miércoles solo lo hacían algunos más metidos de lleno en la fiesta, y procuraban hacer unas imitaciones al entierro de la sardina. Se llegaba también a utilizar un saco con agujeros para sacar los brazos, todo lo cual resultaba muy divertido.
El señor Teófilo, en Máguez, salía con unas pimientas grandes como zarcillos, puestas en las orejas, que le lucían bastante desde lejos y lo distinguían como algo singular, con algunos detallitos más, que lo hacían inigualable, y en Máguez salían también los miércoles de ceniza, Tomás Rodríguez Dorta, que le decían La Mulita, y solía cambiar cada año, y se recuerda que un año llevaba unos tres chicos desnudos de medio abajo, y el señor Tomás les decía que bailaran lo que él denominaba el Baile Portugués, y solía variar cada año.
También solían salir en Máguez Salvador de León Peraza, que le decían El Curita, y hacía de cura, y solía acompañarse de Pedro Barreto Perdomo. Pero todo ello coincidiendo con el miércoles de ceniza, y en realidad sardina como tal no se llevaba ninguna, sino otras cosas imitatorias.
Miguel González Álvarez, en Haría, también adoptaba otras medidas y formas distintas de presentar el Carnaval, peculiaridades que él se inventaba para hacer la fiesta más divertida y sana, que a la gente le gustaba.
Cuando estaban prohibidos los Carnavales, se celebraba algún baile concreto, y se realizaban los bailes de piñata y otros, y se recuerda cómo el conserje de la Sociedad se interesaba por identificar a los hombres que entraban al salón a bailar, y ante dudas podían ordenar que personas no identificadas no entraran al salón.
Estaban también los bailes de Cuaresma, de Carnaval, de la escoba y otros, y en todos había que identificarse para poder entrar. Resultaban muy agradables y bonitos los bailes de Carnaval y algunos se divertían de lo lindo, unos y otras más que otros u otras.