Muchas veces son las que se ha evocado el recuerdo agradable de los momentos en que se celebraban en las casas las antiguas muertes de cochino, tanto a nivel de este espacio como a nivel general. Cosa que resultaba muy agradable en las casas, como si se considerase un acto solemne, ya que se invitaba a todos los miembros de la familia más cercana, a los amigos y a la gente más allegada, cuyas fiestas tenían lugar normalmente los domingos.
Desde siempre hubo mucho interés en este entorno por la matazón del cochino, que daba motivo a la celebración de una fiestita familiar, como ya se indica.
En el municipio de Haría, en la mayor parte de familias se mataba al menos un cochino al año, pero eran muchas las familias más pudientes que mataban de ordinario dos cochinos al año. Algunos llegaban a matar hasta tres, pero era algo triste el que en alguna casa no se mataba ni un cochino al año, y eso era naturalmente por falta de medios económicos.
El cochino comía mucho, aunque muchas veces se alimentaban con las sobras y desperdicios, que iban a parar a la pila del cochino. También se le ponían afrechos, rolón o millo rolado, muchos higos de penca y los más malos de los de higuera, tanto en fresco como pasados y muchos sueros, que abundaban en las casas en las que se hacía queso. Necesitaban algo de entullo para su mantenimiento diario.
Los cochinos de antes, los más antiguos, eran de color negro, que era la principal raza nuestra. Después la granja del Cabildo y otros medios dedicados a ello, los empezaron a traer de color blanco y era más grandes, pero la calidad de la carne y de los huesos y tocino era inferior. Menos mal que en otras islas apoyaban el cochino de raza negra y así escapó la especie de la extinción. Ahora hay de todo lo que se quiera.
Los cochinos negros de antes normalmente alcanzaban un peso de 60, 80 y 90 kilos. Pero algunos eran bastante más grandes, en especial los blancos.
Los cochinos tenían antes algunas enfermedades, incluso hasta epidémicas, como la fiebre porcina o la fiebre aftosa. Hasta el punto de que llegaban a perderse todos o casi todos. Ese mal se extendía como la pólvora, por lo que casi dejaron de criarse los cochinos.
En las muertes de cochino la gente se ejercitaba y una de las labores mayores era el de hacer las morcillas. Así se aprovechaba la sangre al matar el cochino, que a veces tardaba mucho en morir, luego había que lavar y limpiar bien las tripas y había que tener bizcocho, pasas, azúcar, y la sal que no faltara, pues se utilizaba mucha. Los más habilidosos para estos menesteres se encargaban de matar el cochino, otros de asar algo de carne, que era muy apreciada, otros abrían la carne, el tocino, los huesos y hasta se abría la cabeza con los sesos y les ponían sal y las tenían varios días sobre una mesa para que oreara. Luego se guardaba como mejor gustara, algunos en salmuera, pero muy pocos.
Antes había que castrar a los cochinos machos antes de matarlos, porque daban mejor carne. También se mataban cochinas hembras, pero su carne era de peor calidad.
Todo era bueno, las orejas, la lengua, las pezuñas, los sesos o los chicharros, se aprovechaban al máximo.
Antes era muy apreciado el rabo del cochino, al que se le llamaba templero, y hasta se prestaba para ir sacando desde varias casas el jugo, que era muy exquisito. Esa costumbre no tuvo un gran arraigo en este entorno y no era motivo de muchos préstamos.