Ella sonreía
con aquella boca llena de dientes,
de dientes pequeñitos
y, aunque alguno faltaba,
de la carcajada no se privaba.
No negaba el agua al vecino,
tampoco al visitante o al viajero,
asomándose por el postigo
sacando el jarro llenito, todo lleno.
Ella vivía sola
y sola sacaba su silla al polvo,
la calle se llenaba de huellas,
de pies descalzos de niños,
de alpargatas de vieja.
Una calle de nombre sin grandezas,
de nombre simple, sin noblezas.
“La Cuesta del Pozo”.
Se veía el mar desde la silla.
Azul,
quieto,
hermoso,…
se imaginaban las olas cerrando los ojos.
La brisa traía la sal
y se llevaba los barcos,
se llevaba a los hombres.
Ella lleva puestas con orgullo
las arrugas regaladas por los años.
No hay sábanas revueltas
en la cama sin hacer,
ni dos platos sobre la mesa,
ni tan siquiera ganas de comer.
La luz de una vela,
la tarde refresca
y en el patio de atrás
las flores se cierran.
Reyes Mº Concepción- Ganadora de la categoría Residente Haría