‘Te observé demasiado y no pude escapar, Haría’, ganador de la categoría Juvenil del concurso de relatos ‘Voy a escribir de ti, Haría’

El Ayuntamiento de Haría ha entregado a Lucía Toledano Navarro el premio al ganador de la categoría Juvenil del concurso de relatos ‘Voy a escribir de ti, Haría’, por el texto presentado por la joven, titulado ‘Te observé demasiado y no pude escapar, Haría’.

La alcaldesa de Haría, Chaxiraxi Niz, felicita a la premiada por su relato, “que pone en valor los encantos del municipio, expresándolos de una manera cercana a través de sus palabras”, y destaca que las generaciones más jóvenes participen en estas actividades que fomentan hábitos enriquecedores como la lectura y la escritura.

‘Te observé demasiado y no pude escapar, Haría’

Si supieras cuantas veces me he imaginado huyendo de aquí, desvaneciéndome en el acto o escapando cuando nadie miraba, ahora mismo te estarías preguntando por qué sigo aquí.

 

Sufro depresión. Ya, ya sé lo que estarás pensando, solo quiero llamar la atención. Pues no, eso es lo último que quiero, lo que quiero es encontrar un objetivo para vivir, algo en lo que emplearme a fondo, algo, solo algo…Pero no, supongo que lo único que se me da bien, es observar. Observarte, Haría.

 

“Pipipi pipipi pipipi…” El sonido de la alarma me despierta sobresaltado y hace que los primeros segundos sean desconcertantes. Me levanto y lo apago. Bostezo, con los ojos todavía entrecerrados, y me estiro, notando cómo los músculos de mi espalda y mis brazos se tensan. A continuación, no pierdo el tiempo, y me visto para bajar a desayunar.

 

– Buenos días cariño – Me dice mi madre al tiempo que se inclina para plantarme un beso en la coronilla.

– Buenos días, mamá.

 

Desayuno deprisa, tengo que hacer algo antes de entrar al instituto. Mi perro se acerca con la pelota en la boca, moviendo el rabo con felicidad, yo me agacho y le acaricio de forma que le revuelvo el pelo mientras le sonrío. Ya está bastante mayor pero sigue queriendo jugar siempre que puede.

 

Cuando estoy saliendo por la puerta mi madre me detiene y me da la mochila, que se me había olvidado coger.

 

– Ay, esa cabecita tuya…

 

En el momento en el que estoy llegando al instituto de Haría me desvío, todavía faltan 20 minutos para las clases, y subo hacia la ladera de la montaña. Cuando llego, me escondo detrás de unos arbustos situados al lado de una palmera, y observo la enorme piedra que se encuentra a tan solo unos metros delante de mis narices. Espero. Y cuando empiezo a pensar que no va a venir, aparece. Se asoma con cuidado, mirando alrededor por si acaso apareciera algún depredador. Y me mira. La negrura de sus ojos me inunda, y contengo el aliento. Sus patas se aferran a la roca mientras que su barriga turquesa se desliza sobre ella, la cola cae por uno de los extremos de la roca, y por unas milésimas de segundo saca la lengua. Un lagarto de Haría. No. “El lagarto de Haría”.

 

Todos los lunes vengo aquí, a verlo, desde hace ya varios meses. Al principio era él quien me encontraba a mí, y cada lunes me dirigía un poco más hacia la montaña, hasta que paró en este punto. La primera vez que lo vi tuve una sensación muy extraña, fue como si el mundo se detuviera por un instante, salió corriendo y no lo volví a ver hasta la siguiente semana, y la siguiente, y las siguientes que la sucedieron, así hasta que decidí seguirle. Solo por ver que podía ocurrir. Y aquí estoy.

 

Entonces por casualidad miro la hora que es… 7:55. Corro, como no me dé prisa no llego. Cuando estoy alcanzando el instituto grito para que no cierren la puerta, y el profesor que estaba en la puerta me deja entrar. Paso el resto de la mañana tomando apuntes y haciendo “como si atendiera” al profesor, cuando en realidad mi mente divaga por las laderas de Haría buscando al lagarto que tan intrigado me tiene.

 

– ¡Hey tú!, cuidado por donde andas. Iba tan ensimismado, que he chocado con un chico de mi curso cuando salíamos al recreo.

– Lo siento. – ¡Qué lo sientes dices! ¡Pero si ni me has mirado! Ahora lo miro, y sé por qué está tan enfadado. En el suelo se encuentra un trabajo perfecto, de alguna asignatura, roto. Se nota que le había costado hacerlo.

– Yo… Esto…

 

Pero es demasiado tarde, coge mi mochila y la lanza lo más lejos que puede. Luego se marcha. Yo voy a buscarla, temiéndome que algo se haya roto. Meto la mano dentro de la mochila y saco mi móvil, se le ha estallado la pantalla. Suspiro con impotencia. Y cansado, enciendo el móvil para comprobar que siga funcionando, pero lo que encuentro en notificaciones me deja petrificado. No. No… no…

 

– No… – Mi voz se entrecorta dejando escapar un leve sollozo.

 

Dejo todo atrás. Mi mochila se queda tirada en el suelo mientras corro, alejándome de todo y de todos. Subo la montaña hasta un punto lo suficientemente alto como para observar el pueblo entero. Me giro en esa dirección, y grito. Es un grito que me desgarra la garganta, mientras mi vista se vuelve borrosa y el pecho me arde. Las lágrimas comienzan a aflorar sin poder contenerlas. Cuando abro los ojos veo al lagarto, a Haría. Porque es eso lo que era: ese lagarto tan especial era el alma de la propia Haría.

 

– Ayúdame. – Logro pronunciar.

 

Pero ella solo me mira, con esos ojos negros. Y se va, dejándome solo con mi destrozada existencia. Hecha añicos.

 

El sol va descendiendo, lentamente durante horas, yo simplemente me dejo llevar por el sufrimiento. Mas en un susurro apenas audible, suplico una última vez.

 

– Ayúdame. Si alguna vez, al mirarnos a los ojos, viste mi sufrimiento. Ayúdame y detenlo, Lagarto de Haría. Alma de Haría…

 

Entonces llega el ocaso, mis palabras flotan todavía en el aire, y cierro los ojos, derrotado. Pero una sensación superior a mí mismo, hace que los abra de nuevo, como si el Alma de Haría me hubiera escuchado.

 

Después todo sucede tan rápido que al principio no sé qué ocurre. Mis brazos se estiran, cada vez más largos, mis dedos se dividen cada uno en una dirección, retorciéndose y cambiando completamente su figura original. Yo crezco, más y más alto, hasta casi tocar el cielo. Grito de dolor, y mi respiración se comienza a cortar. Veo todo a mi alrededor, pero no puedo moverme, solo puedo dejar que mis brazos, ahora hojas, se mezan suavemente con el viento.

 

Y ya está, así me quedé, en el valle de Haría transformado en su propio árbol. Una palmera que lo observaría el resto de su vida. Al final ya tengo un propósito: observar. Porque, en cierto modo, al final te observé tanto que me transformé en tu compañero eterno. Haría.

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